Que caiga el ángel
y los poetas abandonen los cánticos de espejo,
Que quede libre la palabra
y descienda de su adorno.
Que sea serpiente tentadora
y contenga el miedo de los hombres,
se alimente de la herida
y deje al poeta vacío, limpio,
cubierto de tinta.
La poesía debe ser un ángel expulsado,
una caída desde un azul intenso,
porque la belleza nos debilita.
La poesía tiene que caer,
romperse al ala y el orgullo,
enfrentarse al monstruo
y no poder volver a acercarse
a Dios o su madre,
porque ya no hay verdades ni profetas.
Y si eres mujer y los niños no te nacen,
no es por amor, es por angustia.
Y si eres hombre y te faltan las palabras,
déjate caer.
Elige un objeto innecesario y rómpelo.
Recuerda el contacto con el suelo,
recupera la culpa y el silencio,
descompón el síntoma.
La enfermedad es una suma de miedos.
Decide sobrevivir
o elige la muerte para entender.
La conciencia del paso del tiempo surge
de momentos que marcan hitos en su curso. Estos hitos internos o
externos son percibidos por ella como accidentes; accidentes
domésticos, ya que suceden en su casa, que es su cuerpo, al que su
mente observa disociada y con asombro. De esos accidentes
surge la poesía como cicatriz que cauteriza las heridas del tiempo.
Los poemas son las secuelas.
El recital muestra el proceso creativo.
Al ser éste un continuo en la vida de la poeta, no se puede
considerar que tenga un principio ni un fin. Es cíclico.
Comienza en un momento determinado del
ciclo. Termina cuando el espectador percibe que se repite, del mismo
modo que puede percibir los años por la repetición de las
estaciones sin que ninguna sea el inicio ni el final sino la
consecuencia y la causa de otras que la preceden y siguen.