Rodeada de paredes pieles blancas
sustenta en cemento muros músculos.
Tres o más uñas mal mordidas
agrietan el estómago que se alimenta de sí mismo
en tierna desaparición de encías.
Mis dientes se están comiendo mi boca.
Los espejos devuelven el revés de grietas,
esa cara en que me reconoce gente,
que se pliega cuanto crece.
Las radiografías salen negras
de tanta grieta ya sin hueso.
Los órganos huidos por la historia,
cardenales en la historia.
Cuando te encontré, cuerpo mío,
eras alma de desguace.
Saltarte para encontrarme asustada en sus esquinas,
arañar paredes para romper cal y huesos,
y escapar.
Escapar un árbol de la savia o un brazo de la sangre,
es uno de esos imposibles impecables improbables
como correr sin pies y hablar sin manos.
No se puede abandonar un cuerpo que piensa por ti.
Ni tapón ni máscara para aislarlo en ruido.
Has recorrido mi cuerpo y no me has visto.
Has sonreído mi risa y no me has visto.
Entiendo tu dolor y tu queja
y desde el hueco azul del último golpe
empiezo a repararlo
con mi manejo profesional de la llave inglesa.
Estoy en mí, quería decir.
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