Soy frágil.
¿Y tú?
¿De qué estás hecho?
¿De hombre?, ¿de mujer?,
¿de ciempiés?,
¿de tyranosaurus rex?
Pregunto
de puntillas,
para que se me vea más.
Así pido las copas en los bares llenos
cuando un labio rojo no es suficiente.
¿Tú de quién eres suficiente?,
¿en qué sitio?
¿por cuanto tiempo se manifiesta tu valor?
Dime dónde vives para ir a molestarte,
a esperarte
en tus mañanas simples,
y sonreírte con cara de desayuno,
y pelos que mejor no te vea tu madre.
No llames a tu madre
para preguntar el color del sofá,
o tendrás que vestir de marrón y caqui
por las calles de modernillos.
Pregúntate a ti que quieres,
y no te lo discutas.
Puedes ir a El Retiro en pijama
y dedicarte tus propios libros.
Nadie te conoce nunca.
Por eso es mejor que saltes saltes
y reduzcas tus insultos
a las guerras de almohadas
en las que no cabe nadie más
si cuentas el contorno de la cintura
como medida de tu cama.
No invito a más señores.
Voy a recorrer la ciudad descubriendo sábanas y farsantes
con un sable de gominola atravieso sus casas y corazones,
en una guerra diabética de subida de azúcar e impuestos.
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