Mis horas van de lo que intento,
del cada día levantarse
obligada a decir,
atrapada en el trabajo de comunicar
en 300 folios y un solo libro
la historia de las horas, la duda,
la huida, la fobia, el insulto,
el sentimiento inútil en el pecho y en la palabra.
Mis horas van de lo que se esperaba de mí
y no fui ni seré nunca,
de cómo perdí la lucidez, la voluntad, el motivo,
de cómo arrancaron y dejé arrancar
todo lo válido y la cadena de ilusiones
que marcaba el paso de un futuro
reformulado tantas veces.
Mis horas van del engranaje de propuestas y soluciones.
Con cada bombilla roto el filamento de mis venas,
el grito, la espera,
el muelle de la otra espera expectante
al final del estrépito,
fracaso impar y solitario.
Porque mi fracaso no es de nadie,
no se puede denunciar, criticar, satirizar.
Es mío.
Construido firmemente en la falta de fuerza,
mi fracaso es un éxito en el intento, longitud y dimensiones.
No obstante,
pide producto, pide producto.
Y me grita que todos me saltan.
Soy el obstáculo de piedra metalizada,
el más irrompible e impasivo.
Ya no es hacer,
está dentro la impotencia sólida,
cimiento hormigonado,
anclado en hierro carcelero de mi tiempo.
El viento ha tirado todas las casas
que construyo cada año que pierdo en construir,
y el no poder no se ha movido
a ese lugar donde uno se engaña a sí mismo,
donde las casas brotan sin sal o agua.
Estoy rompiendo minuciosamente
el cruce y fluir de los ríos rojos que me conforman.
Estoy agotando las horas de aire
en páginas y mundos gráficos.
Estoy fingiendo posición en el mapa
cuando habito bajo la línea que separa dimensiones.
La línea que no es un país,
no es otro país,
es quizás un hilo funambulista
por el que bailo sin saber mas que llorar
y ponerme al sol.
Llorar y sol.
Llorar y sol.
viernes, 17 de junio de 2011
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3 comentarios:
uff...
seguimos leyendo
y
me sigue gustando
Qué viaje más alucinante me he pegado esta noche. Dios...
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