Hay que comer.
Comerse el aire comprimido,
comerse el cuerpo
sin parar en soledades.
Comerse un niño.
Volver a entender cómo funcionan los dientes,
inventar la rueda,
tirarnos por barrancos,
que se nos pegue la hierba.
Volver a entender cómo funcionan los estómagos,
fijar el precio a la salida,
que las noticias y la sangre nos sorprendan.
Recordar cómo digiere el alma
tanto dolor mordido.
Las lágrimas tienen muchos tamaños
y no hay tanta sequía en los desiertos,
la tierra no dibuja grietas,
el calor no nos pudre las heridas.
Aún podemos mojar la historia.
miércoles, 4 de abril de 2012
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