He perdido mis cuadernos
y escribo lo que no digo
porque de niña aprendí a hacerlo bonito.
Tengo la magia de renombrar el dolor como accesorio,
un kit de desahucio con forma de perfume y desodorante.
Lo que no huele es bueno,
suprime lo real,
desorienta,
arrancando el miedo,
dejando la pluma a carne viva en las almohadas,
como si no hubiera habido ni guerra, ni oca.
Escribo poesía porque no tengo argumentos.
Aquí no me defiendo.
No recluto a gilipollas para que piensen mi último pensamiento
que pienso cambiar en el próximo pestañeo,
aleteo convexo, o cóncavo, que no sé.
Estoy aquí para definir y cabrear a dos o tres canallas
según la estadística.
Los he contado con los dedos,
que mi cabeza está llena de letras que dicen mierda en todos los idiomas.
Sí, tengo un traductor universal
con batería 24 horas.
Está cargado para escupir esa verdad que tanto molesta.
Voy a envejecer a gritos de frecuencia de perro.
Voy a empezar todo con "voy"
como si hubiera futuro sin juicio de prensa rosa.
Voy a escribir en azul sobre fondo azul para olvidarlo todo.
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