La cena, despertar, preparar, y la cena.
Hoy, después, y la cena.
No preguntes más por el pasado de las moscas,
la urgencia contenida en cinco calendarios.
Mi miércoles lleva el acento,
tardes de cine barato,
ilusión entre las piernas.
Recuérdame escribir en la lista de la compra
que quiero gomas de bolígrafo,
borrar los desencuentros,
las huellas de tus pies al caminarme.
Recuérdame partir sin llorar las cebollas,
plegar los dedos,
acercarlos al cuchillo del miedo a otra vez.
Puedo decir gafas, llámame, bastón y pelo.
Puedo decir que no puedo,
y diré sólo palabras.
Puedo pensar: difícil, silencio, luego,
y seguir sonriendo en mi dureza de piel de caracola.
Sueno como el mar para distraer tormentas creciéndome en los dedos,
huelo como las flores y plantas
que dejo sin regar en la escalera.
Abro las puertas y te caes.
Mi corazón es una fosa común de huesos y cabos sueltos,
sin religión ni santuario.
Salvar la piel, es la propuesta,
el pulso de la espera,
coronar las noches, lo que pudo ser, y velatorio.
Convocadas aquí todas las vecinas,
inquilinas que comparten tus horas libres.
Clavadas las peinetas,
los pañuelos llorarán.
Al otro lado, colgarán llamadas.
En un piso cuarto
una de ellas ha escrito una línea
que contiene la llave de las esposas,
la tapa con la manga,
y duerme encima.
sábado, 16 de abril de 2011
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