Sólo veo a quien quiero ver.
No voy a llamarte,
darte una ventana a mi quehacer insuficiente.
El eco vuelve a ti,
a los que escupen y abren paraguas de palos rotos
mojados en su grave saliva de manzana.
Lo que tú pides es lo que te falta.
Tu desprecio la tapadera de tu deseo.
Puedo morir hoy
sentada, levantada.
Ya lo he hecho todo, créeme.
Sé construir.
Puedo poner cien,
y uno, y dos, y diez
piedras de número ordinal impronunciable,
hacer casas, hijos, casas,
cifras, porcentajes,
ver caer las torres de los hombres que no crecen.
Ya lo he hecho todo.
Acorto el eco,
desheredada.
Cuento tres,
cruzo este semáforo
o me quedo a contar cebras.
Medir el paso debería estar prohibido,
la enfermedad y su estricta medicina,
la soledad y su estricta medicina.
Estanterías escaparate,
libros de poemas de un sólo hombre que me ha gritado,
manos abiertas, puños, plaza y bosque.
Las noches se despiertan
repletos los cuadernos.
Es urgente aprender a surgir cuando nos tachan,
a ser voz y palabra cuando nos tachan,
a leernos traslúcidos
en el reverso de las hojas,
revoluciones enteras
revolviendo cajones de calcetines,
No negociar con los despertadores,
secuestradores infalibles de mi tiempo,
el tuyo, el suyo, el de la luz y el gallo,
perfume y cresta,
conquista y resultado.
La ratonera del ánimo precedible,
rutina de lata de sardinas
pobladora de ciudades y mentes fáciles
sin oído para otra música.
Sé construir y vivo dentro,
con goteras, grietas y rejillas abiertas.
Quiero ser lo que digo hacer
sin procesión de palmaditas en la espalda.
Tengo pegadas las legañas más espesas
y no voy a quitármelas
porque son la roca de los sueños.
Sé construir,
puedo morirme hoy.
He terminado.
martes, 12 de abril de 2011
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