miércoles, 21 de diciembre de 2011

...

¿Qué haces?
Estoy tragando dolor. Es como una cuchara atravesada. 

lunes, 12 de diciembre de 2011

La fecha de los yogures

Empezó con la muerte de un solo diente,
evitando así que el cuerpo mordiera
y con ello la defensa de la atmósfera.

Después se volvieron grises sus cabellos,
surcaron su rostro caminos escarpados
que se mezclaron sin encontrarse.

Y cada mes moría un hijo de su sangre,
sin nombre, sin rostro.

Os cosieron las cicatrices de caídas infantiles
dejando un intenso dolor de aguja.
Una vida necrosándose sobre vuestras espaldas,
la desaparición que nos enfrenta a diario frente al espejo.

No os miréis.
No escuchéis el cambio de frecuencia de vuestras voces,
la grasa colonizando la cintura,
el bosque propagarse en la nariz
debilitando el paso a los pulmones.

No os miréis.
Que os sorprenda la muerte
creyendo ser un niño. 

domingo, 11 de diciembre de 2011

La letra pequeña de todos los contratos

Nunca descanso.
Pienso antes de dormir, 
al despertarme, 
cuando no quiero pensar.

Sostengo el cuello rígido, 
y un paso a nivel
en las arrugas de la frente.
Llego a un cuerpo agrio, 
que creció y envejecerá rápido. 

Lleva un jersey de venas quietas,
un disfraz de invierno, 
sobre un volcán de lana de roca. 
A veces crisálida, 
a veces mariposa
que no levanta el vuelo 
porque alguien apretó ahí, 
y cayó todo el pigmento
con ese pez lanzado fuera.

En su naufragio llora.
Duele para recordar a gritos de músculo 
que está ahí, 
que es la otra mitad del mapa, 
apenas explorado.

Mi cuerpo. 
Ese actor entre los créditos,
finalista sin mención de aquel premio, 
la letra pequeña de todos los contratos. 

viernes, 9 de diciembre de 2011

La casa junto al mar (Yorgos Sefaris)

Las casas que he tenido me las quitaron. Dio la casualidad
que eran años bisiestos: guerras, desolación, exilios
Unas veces el cazador encuentra aves migratorias
otras no las encuentra: la caza
era buena en mis tiempos, a muchos les dieron los perdigones, 
los demás regresan o se vuelven locos en los refugios. 

No me hables del ruiseñor ni de la alondra
ni del diminuto aguzanieves
que dibuja números en la luz con su cola. 
No sé mucho de casas
sólo sé que tienen su linaje, nada más. 
Nuevas al principio, como bebés
que juegan en los jardines con las vetas del sol
bordan postigos de colores y puertas
brillantes sobre el día. 
Cuando acaba el arquitecto cambian
fruncen el ceño, sonríen, o incluso se enfadan
con los que quedaron, con los que se fueron
con otros que volverían si pudieran
o que murieron, ahora que se ha convertido
el mundo en un inmenso albergue. 

No sé mucho de casas, 
recuerdo sus alegrías y sus penas
alguna vez, cuando me detengo- 
                                      Incluso
alguna vez, cerca del mar, en cuartos desnudos
con una cama de hierro, sin nada mío, 
contemplando la araña de la tarde pienso
que está a punto de llegar, que lo arreglan 
con ropas blancas y negras y adornos multicolores
y en torno a él hablan quedo señoras venerables
de cabello cano y oscuros encajes, 
que alguien está a punto de venir a despedirme
o que una mujer de rizadas pestañas, estrecho talle
al volver de puertos meridionales
Esmirna Rodas Siracusa Alejandría
de civilizaciones cerradas como los cálidos postigos, 
con perfumes de frutos dorados y hierbas
sube los peldaños sin ver
a los que se durmieron debajo de la escalera. 
Sabes, las casas se enfadan con facilidad, cuando las desnudas.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

La eutanasia de los animales

La comida es lo que me entra por la boca.
Y después, vivir.

Aplacaré un día, no más,
el grito que bloquea mi mandíbula.

Después saldrá,
sobre el peso contrafuerte de mi espalda,
reverso piel,
cuenco de órganos,
donde se disipa el peligro de mi mente
camino al pie que tropieza
- pequeño síntoma de dolor calzado -.

Para morir está la yugular, es el sitio.
El corte limpio.
Torcer el cuello, matar gallina,
escurrir la grasa del pelo,
desplumar el cráneo.

He abierto el paso a los gusanos
y no quieren comer lo que queda.
Será que hay que vivir.

Apago la luz.
Coloco todo.

jueves, 1 de diciembre de 2011

"Nunca más te felicitaré por un poema"


A Vicente Drü: 

No diré gracias 
por llenarme el espacio de palabras, 
las exactas, comprensibles. 

Yo, 
que compré libros de poesía 
y los colgué tan alto que no llegué a entender. 
Que dejé de escribir en las tres líneas de mi infancia
por miedo a la locura oculta en la pólvora de su metáfora.
Que consulté bajo mi falda
el montaje minucioso de las armas,
siempre escondiendo las ganas de matar. 

Encuentro al poeta que susurra el asesinato de los objetos, 
sin esconderlo bajo los manteles de su basura. 
Encuentro al hombre con la piedra rosetta de mis tres lenguas
al descubierto.  

No voy a sonreírle hasta sacarle el basta inmediato. 
Le hablaré en un único imperativo: 
"escribe".